Argentina y su vuelta al peronismo, ¿a cuál de ellos?
Por Alberto Navarro
Finalmente se despejó la principal incertidumbre que tanto acuciaba, dentro y fuera, y el candidato peronista, Alberto Fernández, luego de la elección más polarizada desde que tenga memoria, será el nuevo Presidente de Argentina. Habrá no obstante que despejar muchas otras. Para empezar, qué tipo de peronismo traerá consigo.
Por el porcentaje alcanzado, 48%, no habrá Ballotage. Salvo por cinco relevantes provincias del país y la Ciudad de Buenos Aires, la oposición ganó en la mayoría de las provincias del norte y sur, a lo que sumó la importante provincia de Buenos Aires. Mantuvo, no obstante, casi el mismo porcentaje de votos obtenido en las elecciones primarias del pasado 11 de Agosto. El Frente Juntos por el Cambio, que postulaba la reelección del Presidente Macri, quedó segundo, a casi 8 puntos, con aproximadamente el 41% de los votos en todo el país, superando el 32% obtenido en Agosto: todo un mérito si se parte de la base que, mucho más que por la reunificación del peronismo, fue el factor económico el que más gravitó en el fracaso electoral macrista. Es así: bolsillo vacío mata obras de infraestructura o decencia política; entendible en un país que multiplica su tasa de pobreza cada diez años desde hace ya varias décadas.
Más allá que perdió Macri, los resultados muestran un positivo equilibrio entre las dos principales fuerzas políticas del país, que lejos de ser partidos políticos, resultan en coaliciones, la ganadora más por conveniencia que por amor. Ambas dos, integradas por peronistas de izquierda, derecha o centro. Es de destacar que el nuevo poder legislativo no resultará en una mayoría automática y obediente al poder de turno, tal como ocurrió durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (CFK) y su tristemente célebre “Vamos por Todo”, que tanto daño hiciera a la frágil institucionalidad hasta fines de 2015.
Cabe mencionar también el clima de tranquilidad que rodeó y siguió a la jornada electoral y desde ya la mesura del discurso aperturista de Alberto Fernández, quien inmediatamente aceptó la invitación del Presidente Macri para reunirse en la Casa Rosada la misma mañana del lunes 28. El mensaje de madurez institucional y colaboración para la transición que ambos líderes dieron –en contraste con los discursos de campaña- resultó por demás ejemplar y tranquilizador, para muchos -lo mismo que para el dólar (la moneda de real ahorro de los argentinos), que bajó su cotización luego de hacerle perder al peso argentino más del 30% de su valor en dos meses. Será pues la oportunidad de negociar las siempre pendientes reformas estructurales y políticas de estado como ser, por ejemplo, lograr consensos en materia de disciplina fiscal.
Claro que las palabras del presidente electo no fueron las únicas en el podio de los vencedores y se muestran marcadas diferencias con su ahora vicepresidente, CFK y seguidores, que anticipan inevitables internas una vez que ambos vuelvan de su luna de miel, por lo que no todo será color de rosa para Alberto Fernández ante los problemas internos, externos y propios que lo esperan a partir del 10 de Diciembre. Lo son también los interrogantes que se plantean. Veamos algunos.
En el frente interno, al nuevo presidente lo esperará un país con una economía, industria y actividad privada en estado crítico –paralizadas por tasas de interés por las nubes, inflación indomable que podrá hasta superar el 50% este año, escasas reservas en el Banco Central que dificultan el comercio exterior y alto desempleo, que su Frente para Todos atribuye a los desaciertos del actual gobierno, pero que es obvio que vienen de muy atrás, aunque siempre sea más fácil a muchos políticos echarle las culpas al liberalismo. Y no puede tampoco soslayarse el control de cambios forzosamente implantado ahora por el gobierno saliente para evitar la continua fuga de capitales– controles entonces erradicados apenas asumir el gobierno; lo mismo el insalubre cepo a la compra de divisas que impide a los malacostumbrados argentinos comprar más que USD 200 al mes y que nada hace pensar que se relajará en lo inmediato.
Fuera de fronteras, y más allá de un mundo convulsionado por populismos de derecha, Argentina tampoco es ajena al momento de hartazgo latinoamericano, con los reclamos y protestas por crecientes contrastes económicos y sociales y corrupción generalizada, por un lado, y el factor Venezuela, por el otro, que vienen golpeando hasta al propio Chile, el país más estable y exitoso de la región en tantísimos aspectos, con sus sucesivos serios gobiernos democráticos que a muchos –que jamás podrían tirar la primera piedra– no les vendría mal imitar en más de un aspecto.
Y no resulta menor que, más allá que Donald Trump, Boris Johnson y otros le tendieron enseguida su mano, Alberto Fernández sigue analizando como esquivar los derechazos que, sin piedad, le viene propinando Jair Bolsonaro, quien hasta se niega a saludarlo, lo que resulta preocupante, tratándose Brasil de nuestro principal socio comercial.
Completan el cuadro, Wall Street, el Fondo e inversores que esperan señales acerca de si su plata será reprogramada, tendrá quitas en intereses o hasta en capital, si habrá default selectivo, o todo a la vez. Razones para preocuparse -aquéllos y Alberto Fernández- tienen, porque la actual deuda externa roza el 100% del PBI y el cúmulo de vencimientos en Junio 2020 resulta en un fuerte condicionamiento. Lo mismo, la Unión Europea, con la que el Mercosur finalmente recientemente llegó a un inédito acuerdo comercial. Uruguay y Paraguay, sus dos socios menores, también la reflejan y desde hace un tiempo preparan las valijas para acompañar a Brasil en su viaje a Bruselas, Londres o Washington -no importa, para el caso que el nuevo gobierno diera marcha atrás en la apertura del país al mundo.
Entre los suyos, el Presidente Fernández tampoco la tendrá fácil. Para empezar, porque si bien es obvio que sin él y los votos peronistas no K que aportó, no solo CFK no llegaba a la vicepresidencia y sí muy posiblemente a las puertas de la cárcel por graves hechos de corrupción probados durante su gobierno, no es menos cierto que algunos K le reprochan por lo bajo que aquél no logró que pasaran el umbral del 50%, benchmark sentado por CFK cuando ganó en 2011 con el 54% de los votos. Algo así como que los peronistas racionales no serían los tantos que esperaban y hay por tanto más peronistas macristas que los que Alberto Fernández prometió a su vice. A eso se agrega la memoria colectiva, que recuerda las durísimas críticas que el ahora presidente electo y muchos peronistas hicieron hasta no hace mucho a CFK y su gestión, pero quien hasta hoy sigue siendo la jefa indiscutida del partido de Perón y Evita y que parece dispuesta –presidiendo el Senado a partir del 10/12- a marcarle la cancha junto con su sector más extremo e ideologizado del peronismo K, La Cámpora. Es por tanto una incógnita y preocupación a la vez, el cómo se resolverán las diferencias ideológicas y de cultura republicana entre unos y otros; entre peronistas racionales, por un lado, y peronistas admiradores del Foro de San Pablo, por el otro.
Si Alberto Fernández está finalmente a la altura de las expectativas que muchos tenemos sobre él y sus dotes de animal político, no me caben dudas que cosechará el apoyo político del Macrismo y de la mayoría demócrata republicana que por suerte existe en el país, encarnada por muchos que también se proclaman peronistas. Si esta posibilidad, desafío y oportunidad a la vez, no resulta utópica, no cabe más que abrigar esperanzas, aunque con cierta dosis de paciencia. Gobernar con realismo quedará para él.
Pareciera por tanto que el nuevo presidente merecerá una chance por parte de la mayoría –incluyendo votantes propios, legítimos opositores del Macrismo– que se encuentran lejos de postular el cubanismo-bolivariano, dispuestos a exigir la defensa de la libertad de expresión, el periodismo independiente, la propiedad privada, la decencia y transparencia en la gestión pública, checks & balances ajenos al autoritarismo populista y demás valores republicanos, claramente recuperados en los últimos cuatro años.
Pese al inevitable sudor y lágrimas que seguirán, estará en Alberto Fernández aprovechar los logros y bases sentadas por su predecesor, que sería injusto soslayar, a pesar de haber fallado Macri en su gradualismo económico. Y si Alberto Fernández se atiene al “contrato moral y ético” prometido en su cierre de campaña, mucho mejor, más allá que algunos propios busquen esconderle la lapicera. Hay lugar pues para el optimismo. El problema será el regain confidence, que llevará tiempo y podrá demorar –o incluso desviar- esperadas decisiones de inversión.
La incertidumbre electoral acabó; quedan otras. Por ahora y hasta el 10/12, es preciso que el electo presidente siga enviando señales positivas a un mundo que, contrariamente a lo que suele suceder, no espera de él demasiadas cosas buenas hasta que demuestre lo contrario. Si la racionalidad y pragmatismo ocurren de la mano del peronismo, bienvenido también; claro, mientras no use el software versión 1945-2015.